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Un soplo al corazón |
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Por JAIRO BOISIER “Hemos decidido que debes iniciarte en las alegrías y tristezas del sexo”
El despertar sexual del niño era inexorable. Ya había probado con una puta, obligado por sus hermanos. Lo primero que hizo aquella vez fue buscar besos de manera impulsiva, pero la mujer los rechazaría, reservándolos para su novio. Lorenzo se entregaría de manera torpe y atarantada, sin ningún concepto de ritmo. Eso la puta lo sabía, pero aún así, ella le auguraría un promisorio futuro en el arte del amor. Todo terminaría mal cuando sus hermanos mayores interrumpirían la sesión con una desagradable broma. Mientras Lorenzo estaba encima de la mujer, cada uno le tomaría una pierna y lo jalarían hacia atrás. Lorenzo, niño enflaquecido, desgarbado y de desordenada cabellera, explotaría en ira como nunca antes se le había visto. Le habían arruinado su primera vez. El niño tenía afición por la literatura erótica. Su madre ya le había advertido que las experiencias las conociera personalmente y no a través de libros. Vaya consejo proveniente de una madre. Por aquel entonces fue determinante su lectura de “La historia de O”, best seller del año cincuenta y cuatro, que trata sobre una mujer raptada por su propio amante y conducida a un castillo para ser sometida a violaciones colectivas. El niño sabía que su madre no estaba satisfecha sexualmente con su padre, bastante mayor que ella. Es que a los treinta y cuatro años la mujer tenía mucho que entregar. Aquellos días de vacaciones, acompañando a Lorenzo afectado por un soplo al corazón, hubo diversas ofertas. Pero Lorenzo, más por celos que para defender su apellido, se las arreglaba para estropear las andanzas de su madre. El niño sufría cuando cualquier pelele se le acercaba. Ni imaginar qué le ocurría si la palpaba. La noche del catorce de julio, luego de una fiesta de celebración, madre e hijo llegaron al dormitorio del hotel. Las copas demás y el agotamiento le impidieron a la madre sacarse la ropa por sus propios medios. Por ello Lorenzo debió asumir la responsabilidad de sacarle, con especial cuidado, el vestido blanco y el sostén. Luego, se recostó junto a ella y, como era costumbre, se abrazaron. Pero aquella vez fueron más allá. Eran otros abrazos, más estrechos, afanosos e intensos, hasta que el niño clavó su rostro en el pecho de su madre y ella le besó su cabeza, sin abrir los ojos. Por la mañana ambos, sin haber dormido, pactaron lo que pasó como algo lindo, grave y tierno, donde no había espacio para remordimiento alguno, pero sí el compromiso de no repetirlo nunca más. Y es cierto, nunca más lo hicieron. Un soplo al corazón, “Le souffle au coeur”. Director: Louis Malle. Francia, 1971. | |||||
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