Por MARCELO GUAJARDO THOMAS Pequeño balance anticipado.
Mi teoría respecto a la década que termina es bastante simple, optimista y algo arbitraria: A mi juicio asistimos a la mejor década culturalmente hablando que haya tenido Chile desde digamos… los 60. Las razones. Nos desembarazamos, en parte, de las réplicas a la dictadura. Se nos pasó un poquito el miedo, arriesgamos más.
En los noventas había demasiadas ganas de avanzar en las áreas de la cultura que la dictadura había proscrito. Lo malo es que el entusiasmo y la programación venían sólo desde la clase política y la respuesta de los creadores de ese período fue algo lenta. Costaría aun unos años para que la plataforma para la cultura ideada por lo gobiernos de la concertación se enfocara y comenzara a funcionar. Y fue precisamente de espaldas a los programas culturales del gobierno que aparecieron las primeras publicaciones independientes. De aquellos años, finales de la década del 90 y principios del 2000, recuerdo a Ediciones del Temple, Casa Grande, Calabaza del Diablo, Hecho en Chile, Barco Ebrio, y entre los más mediáticos Lom y el Clinic. De los que perduran. Ediciones del Temple ya tiene un catálogo de 24 autores jóvenes publicados y ha diversificado su oferta editorial con dramaturgia y recuperaciones como José Kozer y Carlos Cociña. Plagio que ha ampliado su alcance y producción cultural integrando nuevos formatos como Santiago en 100 palabras y Nanometrajes. Calabaza del Diablo que luego de editar un buen número de revistas se arriesgó con buenos títulos en prosa y poesía. Y que hablar de Lom con su gran cantidad de títulos por año y el Clinic que se constituyó durante esta década en la respuesta cultural del mundo progre a la dictadura, la más articulada hay que decir, aunque estos últimos años algo majadera. De los desaparecidos. Casa Grande y sus bombardeos de poemas a La Moneda, Dubrovnik y Gernica y el emblemático encierro de la Sech. Hecho en Chile con su fugaz aparición por el 2002 vendida por mendigos y Barco Ebrio revista que hicimos del 2000 al 2004 completando 9 heroicos números. Eso en el área que más conozco porque en la música la cosa estuvo bien movida. Aparecieron pequeñas disqueras independientes como Cápsula, Quemasucabeza y Algo Records, tocatas y circuitos nuevos y cómo dice uno de los personajes de Se Arrienda… ahora si que hay escena compadre. Comparto. Pequeña y autogestionada pero escena al fin. Los ya muy conocidos Gepe, J. Mena, Quinteros y el sorprendente Chinoy, Perrosky, Guiso, Ganjas, Teleradiodonoso etc. etc la lista es larguísima y seguramente otras columnas dedicarán páginas y páginas a un recuento más exhaustivo. Lo mismo ocurre en artes visuales y cine donde se trabajó con una energía creativa distinta, dispuesta a abarcar todos los temas sin prejuicios con aproximaciones que algunas veces resultan demasiado trasgresoras. Un ejemplo. Cuando se inauguró el Centro Cultural Palacio de La Moneda hace unos años se le encargó a un grupo de jóvenes creadores, todos menores de treinta, el arte para la inauguración del lugar. Como el ánimo era de lo más pluralista y open mind los jóvenes trabajaron casi sin supervisión. En otras palabras llegaron el mismo día de la inauguración con los objetos que habían diseñado. Entre ellos una simpática tarjetita rectangular que en su parte frontal se recortaba el frontis del palacio de La Moneda, mientras que en la contratapa, aparecían troqueladas simétricas lenguas de fuego. El resultado. Al cerrar la tarjeta la moneda ardía en tus manos. Creo que entiendo el gesto. Tratar de dar el paso siguiente en el luto del quiebre que tanto ha dolido, reírse un poquito luego de tanta lágrima, en fin darle de una buena vez la cara al fantasma. Nada de eso ocurrió. Cajas y cajas de la dichosa tarjetita están arrumbadas en las bodegas de La Moneda. Parece que habrá que esperar otros diez años para repasar de otra manera nuestros errores en una década aún mejor que esta. |